El amor es inmortal, es eterno y es inolvidable. Se queda ahí, clavado en tu alma y no importa lo que pasé en tu vida, ese amor seguirá anclado en las profundidades de tu mente y se volverá parte de la piel de tus recuerdos.
Es tan fuerte su poder sobre nosotros, que nos volvemos sus esclavos, abandonando todo por seguirlo ciegamente, pero confiando plenamente en él tras cada paso que damos a lo desconocido. Ya que se vuelve la fuerza vital de nuestros sueños y el impulso que necesitamos para seguir hasta el horizonte lejano.
No importa sí es correspondido o no, sí es dulce contigo o te hace sufrir; el amor es así de neutral, de genuino, de perfecto y de irracional. Él es lo que es, y siempre será lo que necesitamos para ser quienes somos o siempre debimos ser. El amor nos trasforma, nos da esperanza y fe. Nos lleva a tocar lo intangible y observar lo para nuestro cuerpo es invisible. 
El amor, él sólo tiene una forma de alterar la existencia, y es implotando todo y convirtiendo la nada en caos, para luego, sólo sí logramos rendirnos a él por completo, llevarnos a lo sublime y enseñarnos ahí el significado de soñar, de sentir y existir.
Así de irracional y perfecto es él.

El amor es mortal, doy fe. Llega un momento en el que el amor como tal desaparece y es sustituido por la atracción física o la confianza, pero generalmente se acaba cuando una de las dos cosas que te hace estar atado a una persona empieza a flojear. Bien sea porque la otra persona ha perdido atractivo físico o personal. 
El amor es una carrera. Una carrera por mantener a tu lado a la persona amada y que cada día se vuelva a enamorar de ti. Sin embargo, cuando una relación se transforma, y pasa de amor a solo confianza o físico, hay que aceptarlo y seguir adelante en su camino. La clave es saber cuando acabar con esa relación a tiempo antes de lastimar a la otra persona