Soñar contigo es algo que siempre me toma totalmente desprevenida. Porque te conozco de memoria, conozco cada centímetro de tu rostro, la sensación de pasar mis dedos sobre tu incipiente barba, apenas rasposa, y también conozco el cosquilleo que acompaña a tus dedos cada vez que me tocas. pero nunca estoy totalmente preparada para el primer impacto de verte. Para el primer contacto. Porque incluso en sueños es algo tan potente que me deja sin aliento. Y te conozco tanto, conozco los lugares exactos en tu cuerpo que hacen que te de sueño, o los que provocan cosquillas, o la forma en la que mis brazos encajan perfectamente alrededor de tu cuello y los tuyos aprietan mi cintura, la curva de tu cuello y la suavidad de tu mejilla al abrazarnos. Conozco esa sonrisa que sé que sólo yo puedo causar cuando algo te da timidez, y conozco esa sonrisa devastadora para mí cuando te digo cuánto te amo y tú apartas la mirada. Pero a pesar de todo eso, cada vez que te apareces en mis sueños, algo tiembla en mí, porque en las siguientes horas sé que mi cabeza va a estar en otra parte, mi mente no me va a permitir concentrarme en otra cosa que no seas tú. Como si no fuera lo suficientemente malo el pensar tanto en ti el resto del día.